«LAS CONFESIONES», DE SAN AGUSTÍN.

Ya os he confesado que amo leer y contemplar las biografías, autobiografías y memorias, de alguien. No redundaré en ello. Esta vez he echado mano en esta maravillosa Colección de la B.A.C. (Biblioteca de Autores Cristianos) y he elegido, para releer y compartir con vosotros, este libro increíble: LAS CONFESIONES, cuyo autor es nuestro ¡¡SAN AGUSTÍN!!

Las había leído hace muchos años pero, por circunstancias de la vida y sus caminos, decidí volver a ellas hace unos pocos meses. Y las he releído como un libro espiritual, como una Historia de Salvación, como un Miserere y Magnificat, pero también como una pieza literaria y como un Tratado de humanismo, Psicología y Sociología humanas también. San Agustín es un testigo y testimonio predilecto de lo que somos los seres humanos concretos, de carne y hueso, grandes y miserables conjuntamente, incansables e insaciables buscadores de la verdad, el bien, la felicidad y el amor. Pero es también testigo y testimonio preclaro, predilecto, contundente, convincente y abierto, de lo que Dios puede hacer con una persona cuando ésta, solamente, lo acepta en su corazón, alma y vida. Toda su persona y su vida son un portento de la acción de Dios, sanadora, salvífica y transformadora. Por algo tiene, entre sus Libros Teológicos escritos, un “Tratado de la Gracia”: es que él es un ¡¡portento de la GRACIA de Dios!! Él es una especie de “re creación” paulina. Es como si el Señor nos refrescara que, “eso” que hizo con SAN PABLO, sigue haciéndolo, y prodigiosamente: porque ÉL es DIOS. Y eso es ya suficiente. Por ello, en las páginas de sus CONFESIONES, nos encontramos íntima y existencialmente con él, pero –en definitiva- nos encontramos con ese DIOS que hizo todo eso por y para él, a lo largo de todos los procesos humanos de su vida: tan compleja, tan claroscura, tan zigzagueante, tan agotadora, tan intensa… ¡¡tan HUMANA!! y ¡¡tan DE DIOS!! cuando él solamente inclinó la cerviz y “postró” todo su ser en el Corazón del mismo Dios. SAN AGUSTÍN nos va narrando su vida, pero –en el fondo- nos está “narrando” a DIOS y A SÍ MISMO, en sus esencialidades. Es un “viaje” a las entrañas del misterio total de su persona y vida, pero ello, en Dios y con Dios. El Santo, más que acercarnos una cronología, una narrativa de hechos, personas, procesos –que también hace-, verdaderamente lo que realiza es una narración contemplativa, reflexiva y “lectora” de todo lo que va recordando y poniendo por escrito.

Por eso, la MEMORIA cobra un valor capital en su obra, porque no es sólo un recordar para contar, sino un recordar ACTUALIZANDO y CONTEMPLANDO, por eso sus “Confesiones” tienen un sello y espíritu orante, contemplativo y –si se quiere- celebrante. No es una mera memoria histórica sino una memoria ESPIRITUAL, existencial, una MEMORIA DEL ALMA que, en realidad si lo pensamos bien, es lo más íntimo y propio de cada uno de nosotros. Allí está nuestro ayer, nuestro hoy y nuestro mañana, porque sin MEMORIA no somos nada, porque ella contiene la intimidad más íntima de nuestra ALMA. Y en esto creo que hay que recordar mucho que San Agustín, en su Filosofía y Teología –recogiendo Tradiciones precedentes- es un gran Filósofo y Teólogo del ALMA. Y ésta es el “timbre” o carácter que marca muchos de sus Tratados y relatos. Esto es una de las causas por las que San Agustín es tan rico antropológicamente, un verdadero Filósofo y Teólogo del Hombre, de la Persona Humana.  

Cuando en sus CONFESIONES San Agustín se afana en preguntas y preguntas, termina dándose cuenta que ninguna realidad creada, por perfecta y plena que sea, ninguna, saciará su sed de búsqueda de respuestas y sentido, y cuando “topa” con ese muro es que descubre que: por lo material nunca encontrará lo que busca, que es realmente a DIOS. El cuerpo sólo percibe cosas sensibles, el ALMA –en cambio- puede percibir todas las cosas, y en sí mismas. Por eso es que los HOMBRES tienen capacidad para percibir a Dios. Entonces, nuestro Santo da un paso más y entiende y contempla que la facultad del alma que RETIENE todo eso que percibe, es la MEMORIA. Todo lo exterior (imágenes, movimientos, ruidos…) y todo lo interior (sentimientos, sensaciones, emociones, pensamientos, ideas, vivencias, recuerdos…) conjuntamente son percibidos, retenidos y absorbidos por la memoria y ella los guarda en el alma. Este movimiento y conciencia son el espíritu y el motor con el que San Agustín escribe sus CONFESIONES. Son unas Confesiones del Alma, entendiendo por ella todo lo que acabo de precisar. Por eso no estamos ante un simple anecdotario cuando accedemos a sus Confesiones. Éstas son ¡¡mucho más!! Y por todo esto es que unas Memorias (como serían las CONFESIONES) tienen una validez infinita, porque la Memoria y el Alma, al ser sustancias espirituales –no materiales- retienen y guardan infinitamente. Son como nuestro santuario más íntimo y sagrado. Y es “allí” y por ello que podemos percibir a DIOS, captarlo, y abrirnos a él. La espiritualidad de nuestra alma nos lleva al descubrimiento de Dios y a la apertura a Él. Este escribir, RECORDANDO, que hace San Agustín en sus CONFESIONES, es un recordar interior, en y desde su Memoria, desde su Alma, y –por ende- desde DIOS. Rememora las cosas y así las mantiene “ad intra” de sí mismo como un tesoro y un misterio íntimo, personal, espiritual y trascendente, en el cual solamente puede entrar Dios en plenitud. Es un recordar para actualizar esa presencia, esa comunión, ese obrar divino en él, a través de todo lo que va memorizando y escribiendo. Plasma por escrito todos estos procesos y misterios espirituales a los que me estoy refiriendo. Así, las CONFESIONES no son una autobiografía ni unas memorias más, comunes y corrientes. Y esto no debemos perderlo nunca de vista cuando pasamos y pasamos sus páginas y párrafos.

La Memoria del Alma “recoge” los recuerdos y los conserva. El pensar (=cogitare: recoger) en esos recuerdos es realmente “recoger” esos recuerdos y, al escribirlos, los plasmamos. Es la Memoria del Alma que se vierte en el papel. No son unos recuerdos cualquieras, son unos recuerdos “pensados”, traídos desde la intimidad esencial del yo, “recogidos” de allí.

De esta manera es que San Agustín llega a decirnos que “no hay nada más íntimo a mí que yo mismo”. Una definición perfecta y exacta que corrobora lo que voy explicitando de mi relectura de sus CONFESIONES. Y en ese íntimo que soy yo mismo, solamente EL ÍNTIMO: DIOS puede encontrarme y puedo encontrarlo. Y eso es la fuente y la puerta de la FELICIDAD, entendiéndola como plena SATISFACCIÓN, como PLENITUD. Todos los Hombres buscamos la felicidad. Todos. Consciente o inconscientemente. También San Agustín. Y únicamente la descubrió y la abrazó y la disfrutó cuando entró en estas dimensiones espirituales, porque en y por ellas encontró a DIOS, su felicidad. Es más, a lo largo de sus CONFESIONES vamos contemplando cómo ese Dios siempre estuvo “ahí”: en el ser y la vida de San Agustín. Con una Presencia constante, misteriosa, no corporal, sin espacio ni tiempo, íntima y operante. Todo este proceso, de años y años, de búsquedas y búsquedas, de aciertos y desaciertos, de experiencias y más experiencias, de conocimientos y más conocimientos, de luchas y luchas, van confluyendo y abrevando en el Misterio mismo e íntimo de Dios, viviente y actuante en la intimidad más íntima de San Agustín, desde siempre. Y esto es lo que nuestro Santo fue descubriendo, maravillándose, contemplando y transformándolo, desde sus esencialidades. Y todo ello es lo que realmente San Agustín plasma en sus CONFESIONES y comparte con nosotros. De esto se tratan sus CONFESIONES: de su persona y de su vida, “traídas” desde la Memoria de su Alma, para actualizarlas por escrito, no olvidarlas y revelarlas a los demás como un testimonio personal, íntimo y transformador de la acción de la Gracia, por obra de Dios. ¡¡San Agustín se nos yergue así casi como un milagro de la Gracia, como otro milagro de la Presencia y Obrar de Dios!! Por eso es que ya os dije y repetí: no se trata de un simple narrar, contar, rememorar lo que él hace. Sus CONFESIONES terminan siendo un himno testimonial del Dios que salva y que –por Amor- escribe SU Historia aún “en y con renglones torcidos”. ¡¡Cómo no iba a enamorarse de Dios nuestro San Agustín al constatar, al contemplar y al vivir semejante misterio de Gracia, Amor y Salvación!! Y ello es lo que “palpita” como fondo e hilo conductor, en todas sus CONFESIONES.

También, me detengo en algo que me gustó y llegó mucho esta vez: que San Agustín escribe en esta obra (que consta de 13 Libros) rememorando, pero como dialogante con su propia historia y -en y desde ella- dialogar con Dios. Por eso insisto en llamar a su escritura como una “lectura” o “relectura” que él hace de su persona y vida CON DIOS, y es lo que va poniendo por escrito. Es algo íntimo suyo. Por eso el Libro se llama “CONFESIONES”.

En sus CONFESIONES San Agustín no sólo dialoga con Dios, dialoga con los Hombres: se CONFIESA con Dios y con los Hombres. Él piensa su propia historia, ya lo dijimos antes, pero la “recoge” y la “trae” ante nosotros, sus lectores. De tal forma que, tanto él como esta Obra, son un verdadero espejo en que mirarse porque, lejos de ser extraño, descubrimos y sentimos al Santo como uno entre tantos seres humanos. No es un extraño. Él mismo declara escribir para que todo Hombre entienda que él mismo es pecador, pero que también puede levantarse de su miseria y abismo. Descubro así y me vuelvo a confirmar en la tesis de que al Santo le interesa, le preocupa, el Hombre, la persona humana. La Antropología Agustiniana es una de las más ricas y bellas que hay. Además, porque es sólida en contenidos, en lo teórico e intelectual, pero porque –sobre todo- ¡¡brota de la vida, de la experiencia existencial!! No es una pura, exclusiva y excluyente simple teoría.

 Así es que sus CONFESIONES tienen tal riqueza que pueden ser analizadas, “leídas” y abiertas a otros saberes: la Metafísica, la Psicología, la Historia, la Literatura, la Filosofía, y –por supuesto- la Teología, las Ciencias Sagradas y las Ciencias Bíblicas. Son un pozo inagotable de saber, de estilo, de escritura, de técnica discursiva…

Las CONFESIONES pueden ser leídas y “rumiadas” según muchos tipos diversos de lectores. De toda clase y nivel intelectual, literario, artístico… No son para eruditos ni son un Tratado religioso y espiritual. San Agustín las escribió también “buscando” unos “socios” de “lectura” con él: no las escribió para suscitar “cotilleos” ni curiosos de sus relatos. Él las escribió para compartir con otros (como lo dice al comenzarlas) esta Historia de Dios en él y con él y provocar así sentimientos de admiración y gratitud a Dios, que concluyan en oración, junto con él. Oración de gratitud y alabanzas a Dios por su Presencia y Obrar: “Que, de los corazones de estos hermanos, que son incensarios tuyos, suban a tu presencia los himnos y las lágrimas” (Confesiones 10, 4, 5). Lo dice él explícitamente. Pero puede haber otros lectores que accedan a la Obra pensando más en sí mismos, viéndose a sí mismos en y a través de San Agustín, sobre todo en sus procesos humanos. Un Agustín que invita y refleja grandes preguntas y búsquedas antropológicas y existenciales. Las Confesiones pueden cobrar un gran valor para posicionar a las personas frente a la existencia, preguntándose el porqué de lo que ocurre, su valía y significado y sentido. Cuestionándose el “acá” y lo material y abrirse a la trascendencia, a lo espiritual, a esos valores y bienes que están en el alma.  Puede ayudar a este lector a “ir más allá” de toda la inmediatez de lo que le rodea y cuestionarse en su intimidad y en su esencia. Requiere una gran capacidad de autoanálisis sincero, honesto, recto y voluntad de posicionarse y optar. Una lectura así es una lectura existencial.

Resumo sintéticamente estas apreciaciones y diré entonces que: cualquiera puede darse a la lectura de las CONFESIONES de San Agustín, desde múltiples motivaciones: literarias, culturales, históricas, filológicas, psicológicas, psicoanalíticas, filosóficas, teológicas, bíblicas, espirituales… Esto refuerza y constata el nivel, la calidad del texto literario ante el que estamos, de una riqueza interdiscursiva e intertextual que me llevan a calificarla de OBRA MAESTRA. No todos los discursos que leemos nos abren a semejante polisinfonía discursiva.

Concluyo mi publicación esta vez recordando a los lectores que -sea cual sea su motivación e interés lector, sea cual sea su “lectura” y posicionamiento- nunca olvidemos que estas CONFESIONES, escritas por SAN AGUSTÍN, son una REFLEXIÓN ORANTE y, por ello, siempre debemos de tener y sostener este sentimiento y actitud frente al texto citado.

Os invito a leerla… a orarla… a “rumiarla”… esta Obra bien lo vale.

Hasta la próxima, amigos.

  • Libro: LAS CONFESIONES.
  • Autor: SAN AGUSTÍN.
  • Editorial: B.A.C. (Biblioteca de Autores Cristianos)- Madrid- 1982.

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