Llegamos, finalmente, al capítulo IX del Documento del Papa Francisco: “Espiritualidad matrimonial y familiar”. Después de leer esto, también vosotros descansaréis de mí: gracias por leerme, gracias por aguantarme.
Este capítulo final es muy breve, pero de una riqueza, profundidad y vida espiritual maravillosas. El Papa cierra su Lectio Divina y Magisterio y paternidad, con un capítulo que abraza y sustenta todo el Documento: LO ESPIRITUAL como ESENCIAL en el AMOR, MATRIMONIO y FAMILIA.
No es un capítulo para beatería ni altos vuelos místicos. En él el Santo Padre entra en ese Misterio de Dios que nos invita a su intimidad, en la oración y la amistad con Él.
Nos habla de la espiritualidad laical, que brota desde nuestro Bautismo, y que está llamada –por la potencia del Amor divino- a crecer y comunicarse. Precisamente el ámbito familiar es el primero y esencial para desarrollar ese dinamismo. Son esencialmente inseparables la ESPIRITUALIDAD LAICAL y la ESPIRITUALIDAD FAMILIAR.
Desde sus comienzos, por el Sacramento del Matrimonio, los esposos viven y comparten la INHABITACIÓN TRINITARIA: DIOS en sí mismo, Trinidad de Personas, ESTÁ y ACTÚA en los esposos y en la FAMILIA. Siempre, en todo y constantemente. En la infinidad de gestos reales y concretos de la cotidianidad, esto se va constituyendo y acrecentando, viviéndose así la espiritualidad del amor familiar.
Una comunión familiar bien vivida es un verdadero camino de santificación en la vida ordinaria y de crecimiento místico, ya que es un medio para la unión íntima con Dios.
Vivir el matrimonio y la familia en esta perspectiva, con este fundamento y dinamismo, convierte a sus miembros en un verdadero “espacio teologal”, ya que en él se puede experimentar la presencia mística del Señor resucitado. Ello lo ilumina, sostiene y da sentido a todo: dolores y angustias, alegrías y esperanzas, el descanso, la fiesta, la sexualidad, los logros y fracasos, las muertes, las dificultades y problemas, las crisis, dudas y luchas, las decepciones… la cotidianidad del día a día…
Una espiritualidad matrimonial y familiar que se nutre y solidifica por la oración, sobre todo en familia; la Palabra de Dios; la piedad popular; los Sacramentos; la Eucaristía, sobre todo dominical, el descanso dominical… Se trata de vivir y celebrar la Fe y la vida cristiana, en familia.
Una espiritualidad del amor exclusivo y libre: la fidelidad de los esposos es reflejo, cercanía y constatación de la Fidelidad de Dios. Esta fidelidad implica una pertenencia mutua, que no es equivalente a posesión ni dominio. Es “ser del otro” como persona, no como objeto. El otro no es propiedad, sino complemento de comunión y unidad físico-espiritual. Por eso el Papa deja muy claro el concepto de un “espacio de autonomía”: cuando cada uno de los esposos descubre que el otro no es “suyo” (como una propiedad, cosa u otra entidad) sino que el otro tiene un Dueño que es Dios, único Señor.
Bergoglio aún nos dice más: el “principio de realismo espiritual”. Por éste se entiende que el cónyuge no pretenda que el otro sacie completamente sus necesidades: es necesario “desilusionarse del otro”. Nos enamoramos de una PERSONA, DE CARNE y HUESO, no de un IDEAL ni de un ÁNGEL. Ello ayudará a objetivar y solidificar en la madurez, realismo y libertad, al vínculo y espiritualidad matrimoniales.
Entonces es posible así una espiritualidad madura y adulta, donde se combinan la pertenencia mutua fiel y estable con la autonomía y libertad propias del Amor. Los esposos no son para asfixiarse mutuamente, ni esclavizarse mutuamente, ni someterse mutuamente, ni aniquilarse mutuamente. Todo eso no es Amor, por más que algunos afirmen que sí lo es. ¿Por qué? Porque destruye al ser humano. Dios no nos ama así: nos ama como personas. En el matrimonio, en la familia, en la amistad, en las relaciones sociales, no se debe pretender una exclusividad esencial que es sólo propia de DIOS. Creo que si los hombres y mujeres entendieran bien esto, otros “gallos cantarían”: no habría machismo ni paternalismo ni hembrismo ni feminazis ni violencia de género, ni víctimas ni muertes ni hijos huérfanos ni muchas otras tragedias.
El Papa también habla de la “espiritualidad del CUIDADO, del CONSUELO y del ESTÍMULO”: cuidar, curar, salvar. La FAMILIA como “HOSPITAL” más cercano. Como ese “espacio de Dios y del Hombre” para el pastoreo misericordioso: cada uno, con cuidado, pinta y escribe en la vida del otro. Este estimular, promover y alimentar es propio del amor que cuida: esto es un culto a Dios, porque es Él quien sembró muchas cosas buenas en los demás, en cada matrimonio, en cada familia, esperando el crecimiento.
Una espiritualidad en la que –al modo de Jesús- se vive pendiente del otro: el ser amado merece toda nuestra atención, no descuidarlo. Esto es para ser vivido en la vida cotidiana de cada matrimonio y familia. La persona que vive con nosotros lo merece todo, ya que posee una dignidad infinita por ser sujeto del Amor de Dios. En cada matrimonio y familia debe darse la experiencia exquisita, íntima y gozosa de SENTIRSE AMADO.
Esta espiritualidad vivida así, abre a los esposos y a la familia, a una dimensión más universal del amor: vivir también para los demás, en la hospitalidad, el cuidado y la solidaridad. Para buscar la felicidad de otros. Cuando la familia toda acoge y sale hacia los demás, especialmente los pobres, sufrientes, enfermos y abandonados, es símbolo, testimonio y participación de la maternidad de la Iglesia. Con ello colabora, construye y transforma también el mundo.
El Papa termina este capítulo magnífico con un cierre escatológico: necesitamos recuperar la dimensión última y definitiva de nuestra existencia (personal y familiar), es decir: la TRASCENDENCIA, el CIELO, la Vida Eterna, la Parusía, la Resurrección. Los esposos, las familias son peregrinos hacia estas realidades últimas, y ese camino de eternidad no es una realidad celestial y confeccionada de una vez para siempre, sino que requiere una progresiva maduración de su capacidad de amar. La experiencia del Cielo va siendo conquistada en ese dinamismo cotidiano del amor, hasta llegar al día de su plenitud: el fin de los tiempos y todas las cosas hechas nuevas en Cristo glorioso. Los esposos y las familias deben vivir con esta convicción y tensión hacia un más allá de ellos mismos y de cualquier límite. El Papa termina este párrafo tan esperanzador con estas bellísimas palabras:
“Caminemos familias, sigamos caminando. Lo que se nos promete es siempre más. No desesperemos por nuestros límites, pero tampoco renunciemos a buscar la plenitud de amor y de comunión que se nos ha prometido”. (nº 325).
Con la oración a la Sagrada Familia, compuesta por el Papa y colofón de este Documento, me despido. Gracias por vuestra paciencia, apoyo y aguante. Gracias.
Una vez más, el Papa Francisco es sólido, claro, fiel y firme a la Doctrina esencial en un tema tan complejo, lleno de aristas, como el del Matrimonio y la Familia. Pero, una vez más, también lo ha abordado con un gran realismo, honestidad, sinceridad, apertura dialogante, comprensión y compasiva misericordia. Este Documento es de un Papa muy Pastor, pero también de un Papa muy humano.
¡No dejéis de leer este Documento papal!
Hasta la próxima, amigos. Y, nuevamente: gracias.