Exhortación Apostólica: AMORIS LAETITIA (Papa Francisco). (6ª parte).

El nombre del capítulo VIII de esta Exhortación Apostólica, del Papa Francisco, ya nos coloca en la evidencia certera del territorio en el que él se adentra: “Acompañar, discernir e integrar la fragilidad”. El título ya nos zambulle en realidades como: el dolor, la complejidad, clarividencia, sensatez, juicio, sensibilidad y actitud evangélico-pastoral. El Papa analiza, desmenuza, despieza –con total y desnudo realismo- las distintas situaciones humanas presentes hoy, y de cara al futuro, en esto del amor y la familia.

Desde ya os advierto que este capítulo es difícil y, para algunos puede ser controversial, sobre todo para los que “son más papistas que el Papa”, patológicamente quisquillosos y tendientes a la obtusidad fundamentalista. Cristo, la Iglesia, la Verdad, no tienen nada que ver con esas posturas.  Los contenidos que en estos párrafos desarrolla son como “caminar al filo de la navaja”, haciendo un extraordinario equilibrio entre la Verdad Revelada, la Doctrina y la realidad. Los fundamenta y nutre con claridad, solidez y fidelidad doctrinal, pero esto lo acompaña con los matices de la misericordia, la Caridad realista y concreta, y la inclusión. El Papa va deteniéndose en PERSONAS en este capítulo, muchas de las cuales sufren demasiado, incluso actitudes no evangélicas de parte de la Iglesia. En ningún momento justifica nada opuesto al Bien objetivo ni a la Revelación ni a la Iglesia con más de 2000 años. Lo que hace es tender puentes, acercar, abrir puertas y oídos, para escuchar, dialogar y ofrecer acogida e inserción en la vida eclesial, aun cuando ésta no pueda ser plena. Usa un tacto tal que no ofende; su consideración es tal que no lastima; es exquisitamente realista, honesto y sincero, pero siempre deja bien sentada la cosmovisión y postura de la Iglesia frente a todas estas situaciones.

El capítulo es muy lleno o completo en lo doctrinal, pero con un fuerte matiz pastoral. El Papa va compartiendo con nosotros cómo debe ser y qué hacer la Iglesia con todas estas situaciones, porque en ellas hay PERSONAS e HIJOS DE DIOS. Se trata de no echar gente de nuestra vida eclesial, se trata de no anatemizar ni condenar, sean cual sean sus realidades. La Persona de Cristo es nuestro referente en esto, y su Evangelio también. Hay muchos modos y “sitios” para que Dios se haga presente, misteriosa y paradojalmente. Él es el Salvador de todos, no de una élite de privilegiados, puros, buenos y santos. Él es el único Perfecto y no necesitado. Hay muchos modos y “sitios” de pertenencia a la Iglesia y, aunque no son plenos ni perfectos, en ellos están presentes también “las semillas del Verbo”. Dios, nos recuerda la Escritura: “hace llover sobre buenos y malos”. Todas estas situaciones, de millones de personas, no pueden ni deben pasar desapercibidas ni ser despreciadas o marginadas, por la Iglesia. Dios es Dios de todos, su Amor es para todos, y su Salvación es un regalo y una llamada para todos. La Iglesia, ante esta realidad –muy creciente en nuestros tiempos y de cara al futuro- debe posicionarse pastoralmente. El Papa tiene claro y sólido todo lo doctrinal al respecto, como muchos de nosotros, pero en este capítulo va removiendo nuestras conciencias y con ello convocándonos a cómo debe ser y qué hacer con estas PERSONAS. De ahí que desarrolla todo un abanico de acciones y posibilidades para ACOMPAÑAR, DISCERNIR e INCLUIR en la comunidad eclesial a estos hermanos nuestros.

Se ocupa puntillosamente, por ejemplo: a) el matrimonio civil solamente. b) la simple convivencia. c) las uniones de hecho. d) los divorciados en nueva unión, y con hijos y familia… Ya en páginas anteriores (como os referí en esta publicación) el Papa Francisco también se ocupa de la homosexualidad y de las uniones legales homosexuales (mal llamado “matrimonio homosexual”). Os invito a leer aquello. Vale realmente la pena hacerlo.

En todos estos casos él plantea discernimiento, pastoreo y humanidad. No se trata de caer en el conformismo ni pragmatismo ni permisividad. Estamos ciertamente como con un “arma de doble filo”, pero que la Iglesia debe coger con sapiencia, misericordia y criterio milenarios. Además, como parte de ese PROCESO de discernimiento, no hay que olvidar que una cosa es la situación objetiva de pecado que pueda haber o hay, y otra cosa es la persona del pecador. Tengamos mucho cuidado con igualar pecado y pecador. Con las palabras del Papa en todos los párrafos de este capítulo, tomamos más conciencia de que debemos tener mucho cuidado con espantar y alejar a las personas de Dios y de la Iglesia, por culpa de nuestros juicios y prejuicios y condenas. Las normas y el discernimiento nunca deben llevarnos a caer en el legalismo (tan fariseo) ni en el puritanismo, ni en generalizar a todas esas personas por estar en situaciones irregulares-especiales, menos aun cuando en ellas hay hijos y una familia constituida.

Quiero resaltar que en los contenidos doctrinales que Bergoglio expone, permanentemente se fundamenta en las Sagradas Escrituras, la Tradición, la Patrística, el Magisterio de la Iglesia y la Teología. También cita y se apoya mucho en Santo Tomás de Aquino, San Agustín y otros grandes pilares de la Iglesia. No habla por hablar. Este Documento no es una opinión suya. Además, exhorta constantemente a los Obispos y demás miembros de la Iglesia a que caminemos por estos senderos, y nos comprometamos activamente en toda esta pastoral. No podemos ni debemos ya vivir a espaldas de todo esto.

Ahora bien: ¿entonces cómo debe ser esa Pastoral de acompañar, discernir e integrar?… ¿significa renegar de lo esencial?… ¿equivale a dejar de creer, predicar y vivir lo que hasta ahora?… Pues no. A continuación repaso algunas de las características/matices que debe tener la Iglesia hoy y en el futuro, respecto de estos hermanos:

  1. Dios es infinitamente rico en tiempo, y por eso nunca presiona ni atosiga ni actúa con el sopetón. Es un Dios de procesos: infinitamente rico en tiempo y paciencia. La Iglesia debe vivir esta “filosofía” y “pedagogía” divinas, siempre y, sobre todo con la fragilidad humana. El Papa recuerda que San Juan Pablo II proponía la “ley de gradualidad”: el ser humano conoce, ama y realiza el Bien Moral según diversas etapas de crecimiento. Cada ser humano avanza –gradualmente- con la progresiva integración de los dones de Dios y de las exigencias de su Amor definitivo y absoluto en todas las cosas de la vida personal y social. Y esto puede y debe aplicarse en nuestra Pastoral con todas aquellas personas en situaciones irregulares-especiales: acompañar comprensiva y pacientemente en orden a un Bien mayor, como es el caso del Matrimonio Sacramental en tantos unidos por lo civil o la sola convivencia o las uniones de hecho. Ser como un alfarero que –delicada, amorosa, respetuosa y pacientemente con su barro- trabaja, talla y modela lo definitivo. No es un tolerar por tolerar. No. Es un acompañar, discernir e integrar.
  2. En y con esta actitud pastoral, ciertamente se puede ir y llegar mucho más lejos y más provechosamente, en la Iglesia, con estos casos. Es el arte de labrar el tiempo salvíficamente. La experiencia sobrada de la Iglesia demuestra que, muchas veces (y hasta una gran mayoría), con el tiempo, y con el “labrado” pastoral, las situaciones irregulares se regularizan, alcanzan el pleno estado sacramental. ¿Vamos a renunciar a esta posibilidad?…
  3. “Perfumar” toda esta Pastoral con la Misericordia, engendrada por la Virtud de la Caridad. El Papa nos recuerda que ella debe ser tenida en cuenta siempre, sin que por ella se piense que se disminuyen las exigencias del Evangelio. Ser misericordioso no es igual a ser laxo o permisivo o relativista o complaciente. No nos confundamos. Por y para eso, Bergoglio nos recuerda la Teología sobre la Misericordia, de Santo Tomás de Aquino. Ella viene de Dios: Dios ES Misericordia, por ende, nuestro Amor debe ser misericordioso. Ese amor es más fecundo aun cuando es acompañado de la prudencia, la claridad, la verdad, la rectitud, la conciencia, el discernimiento y el equilibrio. Debemos ir descubriendo, y acompañando para alcanzar el ideal de la propuesta cristiana, a muchas uniones que lo realizan de modo parcial, análogo e incompleto. Tenemos que valorar los elementos constructivos presentes en las situaciones que todavía no corresponden o son contrarias a la enseñanza sobre el matrimonio, de la Iglesia. Esta postura, muchas veces, puede ser un punto de partida de un proceso de discernimiento, acompañamiento, hasta llegar a la inclusión en la vida eclesial, aunque no sea plena.
  4. En este camino e historia, se trata de integrar a todos, ayudándoles a encontrar su propia manera de participar en la comunidad eclesial, para que cada uno se sienta objeto de una misericordia inmerecida, incondicional y gratuita. “Nadie puede ser condenado para siempre, porque ésa no es la lógica del Evangelio”, nos dice el Papa (nº 297). Todo aquel que todavía se mantiene en una situación objetiva de pecado u obstinadamente contra la Iglesia y su enseñanza –voluntaria y neciamente-, no debe recibir “sitios” de responsabilidad y representatividad eclesiales, pero para esa persona todavía puede haber alguna manera de participar en la vida de la comunidad, sea en tareas sociales, en reuniones de oración o con su iniciativa, mediando siempre el discernimiento del Pastor. Hay que evitar el escándalo, por supuesto, debe quedar claro que lo suyo no es el ideal del Evangelio sobre el matrimonio y la familia, pero no por eso echarlos: deben ser más y mejor integrados en el ser y la vida de la comunidad eclesial. De ahí que ésta, con el Obispo a la cabeza, debe discernir bien cada situación, distinguiendo adecuadamente, con la conciencia de que no hay “recetas sencillas”. Pero hay que hacerlo: son bautizados (la gran mayoría), hermanos nuestros (todos), por lo tanto, dos cosas: a) que sepan que pertenecen a Cristo y a su Iglesia. b) que puedan tener una experiencia feliz y fecunda de ello.
  5. Para evitar abusos y desvíos, el Papa expone magistralmente qué, cómo y quiénes deben hacer ese acompañamiento, discernimiento e inclusión. Son números del Documento de obligada lectura, análisis y reflexión, por lo menos así los veo yo, sobre todo por la importancia esencial para todas estas cosas de las que el Papa nos habla. No se debe decidir ni obrar por subjetividad, ni por cuenta propia, ni arrebatadamente. Todo esto exige una gran, sólida y rica formación, reflexión, discernimiento, condiciones necesarias… en los Ministros de la Iglesia, y su Obediencia a su Obispo. No se trata de “cortar el bacalao” como a cada uno le parece. Si se obrara así, se puede caer muy fácilmente en el riesgo de mensajes equivocados o la concesión rápida de “excepciones” o “privilegios sacramentales” o la terrible “doble moral”. Acompañar, discernir e incluir son cosas muy serias, ante Dios, la Iglesia y las personas concretas.
  • Ampliando lo de la MISERICORDIA, rescato otros conceptos esenciales del Papa al respecto: a) la misericordia se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente hijos del Padre Dios. b) estamos llamados a vivir de misericordia, cada uno, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado –y aplica- misericordia. c) la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. d) a veces nos comportamos como “controladores” de la Gracia y no como facilitadores de ella: la Iglesia no es una aduana, es la casa Paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas. e) en la Teología Moral nunca hay que olvidar y siempre hay que resaltar los Valores más elevados y esenciales del Evangelio, sobre todo el primado de la Caridad. f) hay que dar lugar e insistir en el Valor del Amor incondicional de Dios. g) nuestro distintivo, frente a estos hermanos, debe ser: la paciencia, la compasión con los frágiles, evitar persecuciones, juicios y condenas demasiado duras, no evadirnos de estas personas sino entrar en contacto con esas periferias humanas, con el nudo de la tormenta humana.
  • Queda muy claro que vivir el amor es posible aún en esas situaciones no del todo plenas, o imperfectas o incompletas, en lo referente al matrimonio y la familia. No es un privilegio ni posibilidad sólo para los creyentes. No son solamente ellos los que saben y pueden amar, y bien. Tenemos la gracia de contar con el auxilio de Dios y los medios de la Iglesia para ello, pero no nos creamos más ni mejores. Desde la Pastoral de la Iglesia hay que trabajar para plenificar esas situaciones y experiencias, en la mayor medida posible, sin recetario mágico ni fácil ni teórico, sino desde el acompañamiento, discernimiento y acogida, para lograr la inclusión en la vida eclesial.

Voy a concluir este increíblemente poderoso, realista, humano y acertado capítulo del Papa con algunas conclusiones, parafraseándolo a él:

  1. Todo lo dicho en estos párrafos nos otorga un marco y un clima que nos impide desarrollar una fría moral de escritorio, al hablar sobre temas tan delicados, complejos, y dolorosos muchas veces.
  2. Así entonces, nos sitúa más bien en el contexto de un discernimiento pastoral, con el fuerte matiz de la misericordia, que siempre se inclina a comprender, a perdonar, a acompañar, a esperar y, sobre todo, a integrar.
  3. Debemos, desde la Jerarquía, los Ministerios, Agentes de Pastoral y todos los fieles, asumir también que -en nuestra acción evangelizadora- siempre tenemos que conocer el contexto, las causas, las problemáticas que yacen, que se arraigan y que se mueven en estas personas, sus vidas y familias. No para caer en una subjetividad y relatividad, sino para saber cómo y qué discernir, acompañar, para integrar.
  4. CUANDO HACEMOS TODO LO QUE DICE ESTE CAPÍTULO: ¡LA VIDA SIEMPRE SE NOS COMPLICA MARAVILLOSAMENTE! Así es el Amor.

En la siguiente publicación (7ª parte) termino este dossier. ¿Me seguís acompañando? Gracias.

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