EL ROSTRO DE LA MISERICORDIA.

Éstos son el Escudo y Lema Episcopales que el PAPA FRANCISCO (Cardenal Mario Jorge Bergoglio) escogió para su Consagración Episcopal. Y no ha querido cambiarlos como Escudo y Lema Papales.

No voy a detenerme ahora a “diseccionarlos”, podéis hallarlos en Internet. Simplemente diré que su Lema define al Papa Francisco como Sacerdote, Jesuita, Obispo, Cardenal y Papa:

“ME MIRÓ CON MISERICORDIA y ME ELIGIÓ”.

Este Papa tiene dos matices u “obsesiones” muy marcadas: el tema del CUIDADO y el tema de la MISERICORDIA. No se cansa de recordarnos que el ser humano debe mirarse en el rostro de CRISTO y descubrir en sus ojos misericordiosos que está llamado a ser feliz y transmitir la alegría del Evangelio, aún con sus debilidades. Pero también nos insiste que la MISERICORDIA es un atributo y perfección que anida, pertenece, a DIOS y no sólo al Dios cristiano. DIOS EN SÍ MISMO ES MISERICORDIA.

Movido por ello es que proclamó, desde 2015 a 2016, un AÑO SANTO DE LA MISERICORDIA.

Introdujo, presentó y convocó este JUBILEO a través de la BULA “MISERICORDIAE VULTUS.”

He decidido presentarla a vosotros en mi Blog porque, como con otros Documentos del Magisterio de la Iglesia y como con otros acontecimientos eclesiales muy importantes, he constatado lo desconocida que es esta BULA, lo poco y nada que se ha hablado, predicado, trabajado, “rumiado”, promocionado… sobre ella en nuestras Comunidades, actividades y celebraciones eclesiales. Ese AÑO SANTO JUBILAR DE LA MISERICORDIA pasó bastante inadvertido y me atrevo a decir que hasta desconocido por gran parte de los fieles creyentes.

Me parece, humildemente lo digo, que es de tal riqueza y fecundidad esta BULA, así como el mismo regalo de un AÑO SANTO JUBILAR DE LA MISERICORDIA, que bien merece una publicación en mi Blog.

Además, en el Mundo y Sociedad actuales: tan enfermos, empecatados, lastimados, dolidos, desgarrados, sufridos, llagados, extraviados… creo que

¡¡¡urge la MISERICORDIA!!!

¡¡¡Hablar de ella, predicarla, inculcarla y, sobre todo, vivirla!!!

Ahí os van, por tanto, trazos esenciales de esta BULA, que el PAPA FRANCISCO nos regala sobre el tema y la vivencia de la MISERICORDIA:

  • Jesús de Nazareth con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre.
  • La misericordia es fuente de alegría, de serenidad y de paz.
  • Misericordia es la vía que une a Dios y al Hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados sin tener en cuenta el límite de nuestro pecado.
  • Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona.
  • La Iglesia Católica… quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella.
  • Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia. La misericordia divina no es en absoluto un signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios.
  • La misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Se trata de un amor “visceral.”
  • “Eterna es su misericordia”: es el estribillo que acompaña cada verso del Salmo 136 mientras se narra la historia de la revelación de Dios. En razón de la misericordia, todas las vicisitudes del Antiguo Testamento están cargadas de un profundo valor salvífico. La misericordia hace de la historia de Dios con su pueblo una historia de salvación.
  • Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona y ofrece gratuitamente. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en él es falto de compasión.
  • Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En las parábolas de la misericordia encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo lo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón.
  • Jesús afirma que la misericordia no sólo afecta al obrar del Padre, sino que se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus hijos. Por tanto, estamos llamados a vivir en misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia. El perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir. El perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Apartar de nosotros el rencor, la rabia, la violencia y la venganza es la condición necesaria para vivir felices.
  • La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo. Tal vez por mucho tiempo nos hemos olvidado de indicar y de andar por la vía de la misericordia.
  • Es triste constatar cómo la experiencia del perdón en nuestra cultura se desvanece cada vez más. Incluso la palabra misma en algunos momentos parece evaporarse. Sin el testimonio del perdón, sin embargo, queda sólo una vida infecunda y estéril, como si se viviese en un desierto desolado. Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos.
  • Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre.
  • Donde quiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia.
  • Para ser capaces de misericordia, debemos en primer lugar colocarnos a la escucha de la Palabra de Dios. Esto significa recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra que se nos dirige. De este modo es posible contemplar la misericordia de Dios y asumirla como propio estilo de vida.
  • La peregrinación es un signo peculiar en el Año Santo, porque es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. También la misericordia es una meta por alcanzar y que requiere compromiso y sacrificio. Así será estímulo para la conversión.
  • Esta peregrinación tiene etapas: Ante todo, no juzgar y no condenar. Los Hombres ciertamente con sus juicios se detienen en la superficie, mientras que el Padre mira el interior. Lo segundo, perdonar y dar. Ser instrumentos del perdón, porque hemos sido los primeros en haberlo recibido de Dios. Día tras día, tocados por su compasión, también nosotros llegaremos a ser compasivos con todos.
  • La misericordia permite realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea.
  • La Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo.
  • Redescubramos las Obras de Misericordia: Corporales y Espirituales. No las olvidemos. La predicación de Jesús nos presenta estas Obras de Misericordia para que podamos darnos cuenta de si vivimos o no como discípulos suyos. No podemos escapar de las palabras de Jesús y en base a ellas seremos juzgados. En cada uno de los “más pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga… para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado.
  • La Cuaresma es el Tiempo Litúrgico propicio, intenso, fuerte y fecundo para meditar, celebrar y experimentar la misericordia de Dios. Ello nos ayudará y llevará al Sacramento de la Confesión/Penitencia y a la Conversión.
  •  En todo esto son esenciales los Confesores, que no son dueños del Sacramento sino fieles servidores del perdón de Dios; participan de la misma misión de Jesús: perdonar, curar y salvar. Cada Confesor deberá acoger a los fieles como el padre en la Parábola del hijo pródigo y también buscar al otro hijo que se quedó afuera. Los Confesores están llamados a ser siempre, en todas partes, en cada situación y a pesar de todo, el signo del primado de la misericordia.
  • También son necesarios los Misioneros de la Misericordia, signo de la solicitud materna de la Iglesia por el Pueblo de Dios. Serán los artífices ante todos de un encuentro cargado de humanidad, fuente de liberación, rico en responsabilidad, para superar los obstáculos y retomar la vida nueva del Bautismo. Con y para ellos son necesarios los Obispos.
  • Para la vivencia de la misericordia es esencial también la conversión. Ella implica: cambiar de vida. Particularmente exige abandonar la corrupción, de todas las personas promotoras o cómplices de ella. Es una llaga putrefacta que es un pecado grave que grita al Cielo, pues mina desde sus fundamentos la vida personal y social. Es un mal que anida en los gestos cotidianos para expandirse luego en escándalos públicos. La corrupción es una obstinación en el pecado, que pretende sustituir a Dios con la ilusión del dinero como forma de poder. El Papa tiende la mano. Está dispuesto a escuchar. Basta solamente que los corruptos acojan la llamada a la conversión y se sometan a la Justicia mientras la Iglesia les ofrece misericordia.
  • Relación Justicia y Misericordia: no son dos momentos contrastados entre sí, sino un solo momento que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar su culmen en la plenitud del amor. La Justicia es un orden jurídico a través del cual se aplica la Ley. Ante la visión de una justicia como mera observancia de la Ley que juzga, dividiendo las personas en justos y pecadores, Jesús se inclina por mostrar el gran don de la misericordia que busca a los pecadores para ofrecerles el perdón y la salvación. La misericordia no es contraria a la Justicia sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer.
  • Si Dios se detuviera en la Justicia dejaría de ser Dios, sería como todos los Hombres que invocan respeto a la Ley. La Justicia por sí misma no basta, y la experiencia enseña que apelando solamente a ella se corre el riesgo de destruirla. Por esto Dios va más allá de la Justicia con la misericordia y el perdón. Esto no significa restarle valor a la Justicia o hacerla superflua, al contrario: quien se equivoque deberá expiar la pena. Dios no rechaza la Justicia. La engloba y la supera en un evento superior donde se experimenta el amor que está en la base de una verdadera Justicia.
  • El Jubileo lleva también consigo la referencia a la Indulgencia: el perdón de Dios por nuestros pecados no conoce límites. La misericordia de Dios es más fuerte que nuestros pecados. Este perdón radical e indulgente alcanza al pecador perdonado y lo libera de todo residuo, consecuencia del pecado, habilitándolo a obrar con Caridad, a crecer en el amor más bien que a recaer en el pecado. La Indulgencia, por la Comunión de los Santos en la Iglesia, nos hace experimentar la Santidad de la Iglesia, que hace partícipes a todos de los beneficios de la Redención de Cristo.
  • La misericordia posee un valor que sobrepasa los confines de la Iglesia. Ella nos relaciona con el Judaísmo y el Islam, que la consideran uno de los atributos más característicos de Dios. Por eso la misericordia puede favorecer el encuentro con estas Religiones y con las otras nobles tradiciones religiosas, abriéndonos más al diálogo, para conocerlas y comprendernos mejor, y eliminar toda forma de cerrazón y desprecio y alejar cualquier forma de violencia y de discriminación.
  • Finalmente, el Papa acaba su Bula dirigiéndose a la Virgen María, Madre de la Misericordia: toda su vida estuvo plasmada por la presencia de la misericordia hecha carne. Ella entró en el santuario de la misericordia divina porque participó íntimamente en el misterio de su amor. Alude también a aquellos Santos y Santas que hicieron de la misericordia su misión de vida, como la gran apóstol de la misericordia, Santa Faustina Kowalska.

“Desde el corazón de la Trinidad, desde la intimidad más profunda del misterio de Dios, brota y corre sin parar el gran río de la misericordia.

Esta fuente nunca podrá agotarse, sin importar cuántos sean los que a ella se acerquen… porque la misericordia de Dios no tiene fin.”

Deseo terminar mi publicación puntualizando que, todo lo que el PAPA FRANCISCO nos regala en el texto de esta Bula no es solamente fruto de su oración, reflexión y experiencia, sino que está regado de una profunda, maravillosa, abundante, solvente y bella fundamentación en las Sagradas Escrituras, tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento; también de textos y el espíritu del Concilio Vaticano II; de Documentos y Magisterio de la Iglesia, sobre todo mucho de los Papas San Juan XXIII, San Paulo VI, San Juan Pablo II y el Papa Emérito Benedicto XVI; y de la rica Tradición eclesial y de la Santidad de personas en la Iglesia; de la reflexión y experiencia misma por la vida y pastoral eclesial y la relación con otras Confesiones de Fe Religiosas.

Todo esto da a la Bula Papal una apertura universal y un dinamismo accesible al corazón y a la vida de todos los creyentes. Es tan rico en sus páginas este Documento y, a la vez, tan humano, que nos hace “tocar” en nuestra lectura, reflexión y oración sobre él, las entrañas de un Dios que es Padre, Salvador, amigo, cercano, accesible y apasionadamente enamorado del Hombre, hasta el extremo.

Me atrevo a decir que Dios no se “para” ante el pecado del Hombre, no se queda “congelado”, ausente ni enojado. Dios no nos castiga, no es vengador. No se amilana ante el Hombre pecador. No le asusta ni enfada nuestro pecado. Nuestra miseria no le repugna. Es tal el Amor misericordioso de Dios que nos ama no a pesar de nuestros pecados, sino “con” nuestros pecados.

Con esto no quiero decir que tengamos que ser “manga ancha” en nuestra vida, conductas y conciencia. Tampoco que podamos vivir como se nos dé la gana, ¡¡total Dios nos perdona!! ¡De ninguna manera digo esto! Dios es Bueno, es la Bondad. No confundamos lo de bueno con “buenudo”. Tenemos que odiar el pecado. Estamos creados para el Cielo y para ser Santos. A lo que me refiero es que Dios “puede” con nuestro pecado. Su capacidad de amar y perdonar es infinitamente superior y mayor a nuestra capacidad de pecar. El demonio y el pecado no son más que Dios. Por ello es que insisto en una idea fuerza: aunque pecamos, aunque somos muy débiles, enfermos e infieles, Dios es Dios y por ello es más que todo eso. De ahí que siempre puede y quiere perdonarnos. Siempre. Seamos como seamos. Hagamos lo que hagamos. El amor, la misericordia y el perdón de Dios deben ser certezas absolutas para nosotros. Estas verdades son las que llevaron a San Pablo a atreverse a proclamar: “¡Oh feliz culpa la de Adán que nos trajo al Redentor”! y a San Agustín afirmar: “El trono de la misericordia de Dios es la miseria del Hombre.”

Como estamos llamados a ser Santos, gracias al don regalado por Dios en nuestro Bautismo, también estamos llamados a amar como Él primero nos ama: recibimos para dar, somos para darnos.  La misericordia, la compasión, los mismos sentimientos de Cristo, deben ser una motivación, una aspiración, un anhelo, una exigencia, un compromiso, una vivencia y un distintivo cotidianos en nosotros los creyentes en nuestras innumerables relaciones humanas. Con las limitaciones y falta de virtud que llevamos también, porque somos vasijas de barro, pero debemos peregrinar por este camino y estilo de vida misericordioso y compasivo, con la certeza de que Dios siempre está para socorrernos, perdonarnos y salvarnos en nuestra humana fragilidad. Lo importante es el deseo, la opción y la respuesta. Cooperamos con Dios misericordiosamente amoroso. Él es quien va haciendo la Obra Salvífica. Porque, como decía el Papa San Juan Pablo II: “¡¡Dios siempre puede más”!!

“¡¡Bendigo al Dios Altísimo que hace tanto por mí”!!

¡¡Señor: date prisa en socorrerme!!

No amemos de palabras sino de obras y de verdad.

“¡¡Oh Dios tu Misericordia es eterna. No abandones la obra de tus manos”!!

Hasta la próxima, amigos.

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