PEREGRINANDO EN CUARESMA… HACIA LA ¡PASCUA de RESURRECCIÓN de JESUCRISTO…!…

SALMO 31 (32)

“Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado;

dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito.

Mientras callé se consumían mis huesos, rugiendo todo el día,

porque día y noche tu mano pesaba sobre mí;

mi savia se me había vuelto un fruto seco.

Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito;

propuse: “Confesaré al Señor mi culpa”,

y Tú perdonaste mi culpa y mi pecado.

Por eso, que todo fiel te suplique en el momento de la desgracia:

la crecida de las aguas caudalosas no lo alcanzará.

Tú eres mi refugio, me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación.

Te instruiré y te enseñaré el camino que has de seguir,

fijaré en ti mis ojos.

No seáis irracionales como caballos y mulos, cuyo brío hay que domar con freno y brida; sino, no puedes acercarte.

Los malvados sufren muchas penas;

al que confía en el Señor, la Misericordia lo rodea.

Alegraos, justos, y gozad con el Señor;

aclamadlo, los de corazón sincero”.

CATEQUESIS del PAPA SAN JUAN PABLO II, sobre el SALMO 31:

1. « Dichoso el que está absuelto de su culpa». Esta bienaventuranza, con la que comienza el Salmo 31, nos permite comprender inmediatamente el motivo por el que ha sido introducido, por la tradición cristiana, en la serie de los siete salmos penitenciales. Tras la doble bienaventuranza del inicio (versículos 1-2), no nos encontramos ante una reflexión genérica sobre el pecado y el perdón, sino ante el testimonio personal de un convertido.

La composición del Salmo es más bien compleja: tras el testimonio personal (versículos 3-5), se presentan dos versículos que hablan de peligro, de oración y de salvación (versículos 6-7), después viene una promesa divina de consejo (versículo 8) y una advertencia (versículo 9). Por último, se enuncia un dicho sapiencial antitético (versículo 10) y una invitación a alegrarse en el Señor (versículo 11).

2. En esta ocasión, retomaremos sólo algunos elementos de esta composición. Ante todo, el que ora describe la penosa situación de conciencia en que se encontraba cuando callaba (versículo 3): habiendo cometido graves culpas, no tenía el valor de confesar a Dios sus pecados. Era un tormento interior terrible, descrito con imágenes impresionantes. Se le consumían los huesos bajo la fiebre desecante, el calor asfixiante atenazaba su vigor disolviéndolo, su gemido era constante. El pecador sentía sobre él el peso de la mano de Dios, consciente de que Dios no es indiferente ante el mal perpetrado por la criatura, pues él es el guardián de la justicia y de la verdad.

3. Al no poder resistir más, el pecador decide confesar su culpa con una declaración valiente, que parece una anticipación de la del hijo pródigo en la parábola de Jesús (Lucas 15, 18). Dice con corazón sincero: «confesaré al Señor mi culpa». Son pocas palabras, pero nacen de la conciencia; Dios responde inmediatamente con un perdón generoso (Salmo 31, 5).

El profeta Jeremías dirigía este llamamiento de Dios: «Vuelve, Israel apóstata, dice el Señor; no estará airado mi semblante contra vosotros, porque piadoso soy, no guardo rencor para siempre. Tan sólo reconoce tu culpa, pues contra el Señor tu Dios te rebelaste» (3,12-13).

Se abre, de este modo ante «todo fiel» arrepentido y perdonado un horizonte de seguridad, de confianza, de paz, a pesar de las pruebas de la vida (Salmo 31, 6-7). Puede llegar todavía el momento de la angustia, pero el oleaje del miedo no prevalecerá, pues el Señor conducirá a su fiel hasta un lugar seguro: «Tú eres mi refugio, me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación» (versículo 7).

4. En este momento, el Señor toma la palabra para prometer que guiará al pecador convertido. No es suficiente con purificarse; es necesario caminar por el camino recto. Por eso, al igual que en el libro de (Isaías 30, 21), el Señor promete: «Te enseñaré el camino que has de seguir» (Salmo 31, 8) y hace una invitación a la docilidad. El llamamiento se hace apremiante y algo irónico, con la llamativa comparación del mulo y del caballo, símbolos de la obstinación (versículo 9). La verdadera sabiduría, de hecho, lleva a la conversión, dejando a las espaldas el vicio y su oscuro poder de atracción. Pero, sobre todo, lleva a gozar de esa paz que surge de ser liberados y perdonados.

San Pablo, en la Carta a los Romanos, se refiere explícitamente al inicio de nuestro Salmo, para celebrar la Gracia liberadora de Cristo (Romanos 4, 6-8). Nosotros podríamos aplicarlo al Sacramento de la Reconciliación. En él, a la luz del Salmo, se experimenta la conciencia del pecado, con frecuencia ofuscada en nuestros días, y al mismo tiempo la alegría del perdón. Al binomio «delito-castigo», le sustituye el binomio «delito-perdón», pues el Señor es un Dios «que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado» (Éxodo 34, 7).

5. San Cirilo de Jerusalén (siglo IV) utilizará el Salmo 31, para mostrar a los catecúmenos la profunda renovación del Bautismo, purificación radical de todo pecado («Procatequesis» n. 15). También, él exaltará con las palabras del salmista, la misericordia divina.

Concluimos nuestra catequesis con sus palabras:

«Dios es misericordioso y no escatima su perdón… El cúmulo de tus pecados no será más grande que la misericordia de Dios, la gravedad de tus heridas no superará las capacidades del sumo Médico, con tal de que te abandones en él con confianza. Manifiesta al médico tu enfermedad, y dirígele las palabras que pronunció David: «Confesaré mi culpa al Señor,
tengo siempre presente mi pecado». De este modo, lograrás que se haga realidad: «Has perdonado la maldad de mi corazón»».

(Audiencia del Miércoles 19 de mayo de 2004).

“Señor, Dios de Misericordia, a quien el leproso pidió: “si quieres, puedes limpiarme”. Con él, te damos gracias por Tu Perdón siempre pronto y generoso, y te pedimos la gracia de volver siempre a Ti, a pesar de nuestro pecado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.”

Hasta la próxima, mis queridos amigos y lectores.

Sigamos peregrinando, durante este período de nuestras vidas, hacia LO ESENCIAL y, sobre todo, hacia a AQUÉL que ¡ES EL ESENCIAL!…

Ya podéis ver: ¡estoy de vuelta! ¡Voy a empezar a compartir, nuevamente con todos vosotros!… ¡Todo va llegando en la vida, de a poquito, paso a paso, con ardiente Paciencia, y esa Fortaleza que sólo viene de lo Alto hacia dentro de uno mismo!… Un abrazo y, nuevamente:

¡Hasta la próxima…!…

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