COMPARTIENDO EN TIEMPO DE PASCUA…

IV Domingo del Tiempo Litúrgico Pascual:

¡DOMINGO DEL BUEN PASTOR!

SALMO 125 (126)

“Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,

nos parecía soñar:

la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares.

Hasta los gentiles decían:

“El Señor ha estado grande con ellos”.

El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres…

Los que sembraban con lágrimas,

cosechan entre cantares.

Al ir, iban llorando, llevando la semilla;

al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavillas”.

¡ÉL SIEMPRE ESTÁ…, VIVO…!

La RESURRECCIÓN de JESUCRISTO es un hecho TAN infinitamente sobrenatural, trascendente y transformador de todo y todos, que es imposible comprimirla –en su dimensión, consecuencias, profundidad, comprensión, asimilación, contemplación, celebración, vivencia y fecundidad-, en un solo día.  Este que resucita, no volviendo a esta tierra y vida del mismo modo que antes, es el mismo JESÚS: DIOS HECHO HOMBRE. Su naturaleza humana es la resucitada, y traspasada por la divinidad. ¡Por eso puede vencer y traspasar la muerte!

No es magia ni brujería ni ocultismo ni espiritualismo, ni ninguna operación rara o extraña o anormal, o mala. Tampoco es fantasía ni un mito ni leyenda, ni mentira. Las bases documentales y testimoniales del “hecho Jesús”, son cada vez más abundantes, explícitamente claras, contundentes y fundamentadas. La RESURRECCIÓN es DIOS obrando como tal. Si DIOS es DIOS: ¿por qué no puede hacer esto?… ¿En qué Dios creemos entonces?… Y, para el que no es creyente, aquél que no tiene Fe: ¿quién y cómo se supone que debería ser y actuar Dios, o ese ser o alguien con condición de divinidad, entonces?…

Lo cierto es que en y con la RESURRECCIÓN, Aquel DIOS que había “pateado el tablero” al HACERSE HOMBRE; Aquel DIOS que partió la Historia y la Humanidad, con la maravillosa y revolucionaria idea y acontecimiento de ENCARNARSE, y “meterse” así ad intra, en la esencia de la condición humana y de la realidad tempo-espacial-material, Ése DIOS ahora “quebranta” todo lo conocido y supuesto, durante siglos, desde Adán y Eva, ¡TRASPASANDO la MUERTE! Es un DIOS que no se “para”, no se “frena”, no se “congela” ante el mayor de los horrores, misterios y dolores que existen: morir. Y no lo hace desde arriba ni desde fuera: lo hace ¡desde y con el cuerpo muerto mismo! Más aún: para desbordarnos en su plenitud de DIOS, lo hace ¡desde y con su HIJO muerto! Esa carne del Hombre Jesús, en la que habita Dios mismo, es TRASPASADA y TRANSFORMADA por Su PADRE y por la acción de Su ESPÍRITU, “brotando” en y de ella VIDA, pero no cualquier vida y forma de existir, sino siendo un HOMBRE RESUCITADO, adquiere una “colocación” y “vivencia” en otro modo de SER, donde ya la muerte definitiva no tiene cabida. En la CARNE RESUCITADA de JESÚS, es DIOS quien regala –definitiva, personal, real y plenamente- una nueva potencialidad y proyección de SER. La RESURRECCIÓN nos habla del “qué”, no del “cómo”. Y ese “qué” ya está planteando algo objetivo y cargado de realidad. Un “qué” siempre es así. Apunta a la ESENCIA del Hombre, en sí mismo. Por y en la RESURRECCIÓN de JESUCRISTO, no somos convertidos en ángeles, no dejamos de ser Hombres, seres humanos, personas de carne y hueso. No nos convertimos en otra cosa, menos aún: rara. NO. La RESURRECCIÓN es para y con el Hombre, en cuanto Hombre. La RESURRECCIÓN “toca”, “traspasa” y transforma a la carne y condición humana mortal –en sí misma, en su esencia-, porque ha sido JESUCRISTO el que lo hace posible. Ello en virtud y gracias a un acto de AMOR infinito y eterno de DIOS, el cual al HACERSE HOMBRE abrazó a todo el Hombre y a todos los Hombres, por tanto. Eso en y con la ENCARNACIÓN –el primer paso del Misterio de la Resurrección-, para culminarlo y perfeccionarlo en plenitud, EN y CON JESÚS: SU HIJO, el DIOS HECHO HOMBRE, en y con la RESURRECCIÓN SUYA.

Por y en JESÚS somos hechos creaturas nuevas: en Su carne resucitada está nuestra carne. Y esto nos abre y proyecta en un nuevo modo de existir: triunfante, alegre, seguro y esperanzado. ¡No fuimos creados para pudrirnos eternamente; no fuimos hechos para la tumba! ¡JESÚS RESUCITADO nos lo muestra y confirma!

Estamos alegres, tras la prisión, la asfixia, la esclavitud, la peregrinación y noche oscura de sembrar con lágrimas, por la muerte y el pecado. Esos triunfos y liberaciones del Antiguo Testamento, son preludio del mayor de los triunfos de DIOS: ¡quebrantar el horror y tragedia de la muerte, la peor consecuencia del pecado, en y por JESÚS RESUCITADO! En y por ÉL, somos salvos y hechos de nuevo, conforme a ese proyecto e ilusión que el Creador tuvo desde el comienzo, al crearlo todo, y al crear al Hombre: que la PERSONA HUMANA y la Creación entera, en su materialidad, estén “llenos” de Su Presencia y obrar, participando íntimamente de la Vida y Amor Divinos, sin limitaciones. Por ello, el Salmo nos lleva a rezar, a cantar… y ¡a gritar!: “¡El SEÑOR ha estado grande con nosotros, y estamos alegres!” Es que la muerte y el pecado ¡han sido vencidos, e impregnados de la divinidad y santidad de DIOS! ¡Es ÉL –en y por CRISTO- el que lo ha hecho, para todos y para todo! ¡Es ÉL –en Sí mismo- el que nos ha insertado y proyectado en un nuevo “sueño” – “soñar”: ser y vivir en la dimensión de una nueva “suerte”, un nuevo “status”, en una Sión del “qué”, de LO ESENCIAL! Por eso, “la lengua se nos llena de cantares”… ¡Alabamos, glorificamos, agradecemos y bendecimos por los nuevos y esperanzadores cantares que podremos y podemos entonar! Nuestra alegría no es mundanal, ni de sensiblería. Es esa ALEGRÍA nacida de la FECUNDIDAD de la Presencia y Obrar de DIOS: “al ir iban llorando. Al volver vuelven cantando, trayendo sus gavillas”. Es que la RESURRECCIÓN de CRISTO no es sólo un regalo, para nosotros, de cara al futuro. Lo es ya dinámica y activamente presente y actuando en, con y entre nosotros. ¡Ya somos creaturas nuevas! Y por ello estamos llamados a ¡SER y VIVIR según esta nueva identidad, con y entre nuestros hermanos, y con la Creación de DIOS! Todo esto es esa ¡nueva Sión!, la IGLESIA en y entre el mundo, peregrinando a la Vida Eterna. Sin la RESURRECCIÓN de CRISTO: vana, hueca, hasta ridícula e insensata y paupérrima sería nuestra Fe. Pues bien, como CRISTO ha RESUCITADO, ¡vaya si tiene sentido, contenido, significación, compromiso y vivencia nuestra Fe!

Terminando, os preguntaréis qué tiene que ver todo lo que hoy os he compartido, con este IV DOMINGO DE PASCUA: el DOMINGO DEL BUEN PASTOR. ¡Muchísimo! Y por eso escogí este SALMO, y no el SALMO 22. Lo hice a propósito, para profundizar en ese CRISTO VIVIENTE-RESUCITADO que nos ha transformado –en y desde la misma condición humana-, por Su infinita Misericordia y Compasión; cogiéndonos en Él en ese MISTERIO PASCUAL; cargándonos con y por Amor; velando por nosotros; llevándonos en Él, sin soltarnos nunca; siendo inocente abrazó todo el horror y dolor de las consecuencias del pecado, de nuestro mal y culpable pecado; buscándonos pacientemente cuando nos “perdemos”, o nos damos por vencidos y/o hacemos “perder” a otros también… JESÚS ciertamente es el que nos “pastorea”, personal, social y eclesialmente… y más aun estando entre lobos y aves rapaces, en tiempos de tanta persecución, “cacería” y males… Cada uno es SU OVEJA y ÉL RESUCITADO:

¡SIEMPRE ESTÁ!

¿Lo dejamos estar?…

Todo esto es nuestra certeza, vivencia y alegría. ¡A pesar de tantas cosas! Y todo esto es lo que nos hace sentir y vivir llevados por ÉL, en sus hombros y espalda resucitados… Por esta realidad y experiencia, reconocemos, rezamos, cantamos y gritamos: ¡qué BUEN PASTOR ES JESUCRISTO!, pues ha cambiado nuestra suerte, nuestro destino cerrado y fatal… Este BUEN PASTOR ¡ha estado grande con nosotros, y sigue estándolo!… Y por eso, más allá de todo: no sólo vamos cantando, sin lágrimas, seguros, serenos y alegres…, sino que ¡no nos sentimos solos!…

¡Feliz y fecundo Domingo para todos vosotros!

¡El Día del Señor! ¡El Día de la Resurrección de Jesucristo!

Hasta la próxima, amigos.

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