Los santos y santas de “la puerta de al lado”…
Exhortación Apostólica, del Papa Francisco:
“GAUDETE ET EXSULTATE”
Este Documento, que comparto ahora con vosotros, es del año 2018. Y lo he elegido porque –me parece- de una enorme actualidad, y urgencia, para los creyentes, y para la Humanidad entera. Hay ciertas realidades humanas, y morales y espirituales, para las que no son necesarias ni impositivas la Fe ni una Religión puntual, exclusiva y excluyentemente. Si ellas están, ¡bendito sea DIOS!, porque se enriquecen en su motivación, contenidos, identidad, esencia y fin último.
Esta Exhortación Papal, está escrita y dirigida en el contexto actual del mundo, y para ese contexto, en lo social y cultural. No es un texto desarraigado ni anticuado ni mojigato ni para santulones ni beatones. Tampoco es para los llamados católicos “militantes” (palabra que, sinceramente, detesto. Porque la Fe, la Religión, no se “militan” ni se “practican”. No son una milicia ni un ejército ni un comando. Se VIVEN. Son fruto de un ENCUENTRO y EXPERIENCIA PERSONAL y COMUNITARIA de AMOR con y en JESUCRISTO). Pero bueno, lo dejo ahí ahora. El Papa Francisco, se dirige a todos, e invita a todos a ser SANTOS, y no sólo “buenos”. En el desarrollo de esta Publicación, trataré de compartir con vosotros, las líneas esenciales de esta invitación, que no es otra que la misma que nos hizo –y sigue haciendo- el SEÑOR JESUCRISTO: SER SANTOS.
Pues bien, veamos en qué consiste eso. Porque hay mucha superchería, superficialidad, infantilismo, inmadurez, ignorancia, y ¡tontería! en esto de SER SANTOS, inclusive en personas que se dicen creyentes, y “practicantes”…
Con la claridad y llaneza que suele caracterizar a Bergoglio, él comienza recordándonos que DIOS “no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada”. Creo que, más explícito no puede ser este Papa. Y estoy de acuerdo, absolutamente, con sus palabras. Si hay algo de lo que estoy convencida, es de que –este mundo y Humanidad-, sufren como sufren, porque no estamos siendo lo qué y cómo debemos ser, como personas y como creyentes. TODOS. No sólo los “de arriba”.
El Papa, permanentemente, usa el pronombre tú, o la persona verbal equivalente, en su discurso expositivo. Refuerza así el tono apelativo, de diálogo, de llamada, de invitación y exhortación. En ningún momento impone ni critica ni cuestiona ni violenta ni presiona. Sale a nuestro encuentro, y habla con nosotros, compartiendo, al modo de un padre con sus hijos y, por momentos, como un hermano nuestro más. Y ello ayuda a que, todo lo que va exponiendo, vaya siendo más cercano, factible y “aterrizable” a nosotros, porque en esto de hablar de la SANTIDAD, muchas veces se peca de espiritualismo y beatería desarraigada, y de una irrealidad inalcanzable. En este Documento, el Santo Padre nos acerca la Santidad, lo que significa ser santo, vivir como santo.
“ORA et LABORA”…
Como corresponde, todo lo va regando y fundamentando con textos de las SAGRADAS ESCRITURAS, y así va recorriendo este tema y presencia de la SANTIDAD ya desde el ANTIGUO TESTAMENTO. Ese DIOS SANTO nos ha creado por AMOR y, desde siempre, nos ha llamado a vivir la plenitud de ese Su Amor: SER SANTOS. La llamada a la Santidad brota de Dios. No somos nosotros los que decidimos ser santos, menos aún hacernos santos. Es DIOS quien es SANTO el que nos llama a vivir Su SANTIDAD. Pues bien, esta experiencia ya aparece en el Antiguo Testamento, en personajes claves, como Abrahán y otros, que son nuestros primeros testigos de esa presencia santa de Dios obrando en, con, por y para ellos, y que son testimonio de sus respuestas fieles a seguir peregrinando y peregrinando tras el Señor. El Papa nos recuerda que, así como ellos, también ¡tantos otros luego!, incluso cercanos, familiares nuestros, son testigos vivientes de esto.
No porque sus personas y sus vidas fueran perfectas, sino porque –aun en medio de imperfecciones y caídas-, siguieron adelante y agradaron al Señor.
Esto me hace acordar a lo que ya os compartí, en mi Publicación sobre el Papa Emérito Benedicto XVI y su muerte (hace unos días), cuando os escribí, entre los párrafos, aquellas maravillosas palabras del Papa San Juan XXIII:
“Los Santos no se hicieron Santos a pesar de sus defectos, imperfecciones y pecados. Sino CON sus defectos, imperfecciones y pecados”.
Es que, queridos amigos lectores, hay que desmitificar esto de la Santidad:
Ser Santo no es sinónimo de ser una persona perfecta.
Lo que define a las personas santas, son otras cosas, que iremos viendo.
De ahí que, ciertamente, estamos rodeados, guiados, cuidados, conducidos, acompañados… por todos esos hermanos nuestros que nos han precedido, esos AMIGOS DE DIOS. Pero, no hay que pensar solamente en todos esos que están en los altares, como Santos y Beatos “oficiales” de la Iglesia. Me explico más y mejor, a continuación, y así voy al meollo más rico y accesible de este Documento:
“Los Santos de la puerta de al lado”
dice el Papa Francisco… Y lo afirma acertadamente, porque el ESPÍRITU SANTO (en mi humilde entender) no derrama la Santidad de Dios sólo en los altares físicos, sino por todas partes, en todo el Pueblo de Dios. La Redención de Cristo es universal, abraza a todo el Hombre y a todos los Hombres, y su salvar y santificar es personal pero comunitario, en conexión de unos con otros, en la comunión de un pueblo. Por eso, podemos proclamar en el Credo: “Creo en la Comunión de los Santos”. Y por ello es que, el Papa nos habla de esto tan profundo y bello del
estar conviviendo con ¡tantos santos!, esos que él llama
“de la puerta de al lado”,
porque viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de DIOS.
Son esos Santos de la cotidianidad, del silencio, del día a día, del detalle, de ese “ORA et LABORA”; esos Santos imperceptibles… esos Santos que el Papa Bergoglio denomina con la expresión curiosa y entrañable de:
“la clase media de la Santidad”
Estamos entrando a las profundidades de este bello y necesario, y urgente Documento, para nuestro mundo actual.
Reconoce el Papa que, todos estos santos –a lo largo de la Historia, y en nuestro hoy, y en el mañana-, son los signos de la Santidad de Dios, con y por la cual Él va haciéndose presente, humilde, silenciosa, misteriosa e imperceptiblemente. Pero es así, y a través de muchos de ellos, que se va construyendo la verdadera Historia. Para mí son como esa savia, esa sangre, ese aire que van vivificándolo todo, porque se dejan conducir por Dios y la vida de Dios es la que los alimenta, ilumina y conduce. Y, la influencia ¡tan fecunda! de todas estas personas, muy seguramente ha sido decisiva en el devenir de los acontecimientos de la Humanidad, en los buenos y en los malos, dolorosos y trágicos acontecimientos, sin que ellas trasciendan públicamente, sin que se las conozca en documentos, libros, enciclopedias, películas, documentales, foros, conferencias, etc… No son famosas, ni lo pretendieron. Fueron y obraron según Dios. Y eso es lo único importante. Esos son miles y miles y miles de “santos de la puerta de al lado”, que convivieron… y que conviven con nosotros… De ellos, y de todo eso fecundo que hicieron y dejaron, sólo sabe y valora Dios, y nosotros lo contemplaremos recién en el Cielo, al Final de los Tiempos, con la Resurrección de los Muertos y la Plenitud de todo lo creado, al venir JESÚS por segunda y definitiva vez, como lo ha prometido. Mientras tanto: ¡cuánto y cómo debemos agradecer y valorar, y aprender, de todos esos santos!, porque han sido decisivos, en nuestra vida personal, familiar, social, universal, y eclesial…
Es interesante y valioso también, cómo el Papa insiste en que no hay un solo modo y camino de Santidad. La Santidad no es una “receta”. No es que tengamos que seguir una serie de pasos, no es una serie de cositas para hacer, no es una serie de consejos y pautas de cómo ser y actuar, no es una serie de prácticas piadosas ni rezos, y no es “cumplir” –como una regla rígida- una serie de leyes, normas y prescripciones FORMALES solamente. Caeríamos en el puritanismo y la hipocresía. Seríamos fariseos. Tenemos que ser fieles a los Mandamientos y a todo lo que emerge como valores y principios del Evangelio, pero con y por amor a Jesús. Y eso nos hará libres, y nos hará auténticos, coherentes y verdaderos testigos de la Verdad. Lo otro, en vez de santos, nos hará expertos, sabiondos y maestrillos de la ley y, casi siempre, juececillos crueles e implacables de los demás. No debemos caminar por un solo modo de camino para ser santos, ni imitar el camino ni el modo de ser santo de los otros Santos. ¡Somos personas, únicas para Dios! ¡Con una identidad y nombre y esencia, y vocación y misión propias! La Santidad no es una factoría de “modelaje” de santos.
Por eso, el Santo Padre nos invita a descubrir –cada uno- cómo y dónde- es llamado por Dios a ser santo. Cada creyente debe discernir su propio camino, aquello personal que Dios le ha dado. Sin pretender imitar a nadie, ni querer ir por el mismo camino que ha ido otro u otros Santos. Yo diría que es como ir descubriendo el propio y único “estilo” de Santidad. Afirma Francisco:
“Todos estamos llamados a ser santos, viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra.
Deja que la Gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de Santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por Él, elige a Dios una y otra vez. Esta Santidad a la que el Señor te llama irá creciendo con pequeños gestos”.
Además, él nos recuerda los múltiples auxilios con los que contamos, en esta peregrinación a la Santidad: La Iglesia (santa y pecadora), con todos esos dones que el mismo Jesús le ha regalado: la Palabra, los Sacramentos, las Comunidades con nuestros hermanos, la mediación y testimonio de los Santos, y una infinidad de belleza y dones derramados por Dios, incesantemente.
Salvo contadas excepciones, Dios no nos hace santos de golpe, sino que Él va esculpiendo la Santidad en nosotros, progresivamente, con Su buril de paciencia infinita y amorosa misericordia. Y en esos procesos de Su labranza en nosotros, también va suscitando nuestra respuesta, motivando nuestra libertad y cooperación fiel. Por eso, creo que conviene destacar la importancia siempre –en el camino de la Santidad- del ejercicio ascético y amoroso de la VIRTUD. La Gracia divina lo impulsa y lo sostiene, porque el Señor que nos quiere santos, no nos fallará, nunca. Siempre viene y vendrá en nuestro auxilio.
El Papa nos recuerda que, cada Santo es una misión; es un proyecto de Dios para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la Historia, un aspecto del Evangelio. Por ello, siempre he creído que –todo Santo-, es una respuesta y caricia de Dios a la Humanidad, mostrándole y regalándole, más visiblemente aún su Amor. Esto lleva al Santo a hacer carne intensamente esta realidad-convicción y experiencia, y orientar todas sus actitudes y opciones de vida, no sólo sus pensamientos y sentimientos. Por eso, el Santo Padre insiste en que, cuando hablamos de un Santo y de Santidad, no debemos perdernos en detalles nimios, sino que
“lo que hay que contemplar es el conjunto de su vida, su camino entero de santificación, esa figura que refleja algo de Jesucristo y que resulta cuando uno logra componer el sentido de la totalidad de su persona”.
En resumidas cuentas, si vemos a Jesucristo en alguien, si sentimos a Jesucristo en alguien, si experimentamos a Jesucristo en y por alguien, es porque la Santidad de Dios está en ese alguien.
Eso es y será fruto en la medida que se vaya dando una IDENTIFICACIÓN CON JESUCRISTO, al modo de lo que afirmaba San Pablo: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”.
Es muy bueno y acertado que el Papa puntualice que esto de la Santidad no nos vuelve raros ni nos deshumaniza, sino que, al contrario: nos dignifica, porque nos plenifica como personas, haciéndonos cada vez más cercanos a esa Imagen y Semejanza con la que Dios, libre, voluntaria y amorosamente nos creó. Y ¡encima transformó en, con y por el Misterio de la Encarnación: JESÚS…: DIOS HECHO HOMBRE! En la medida que somos santos, nos volvemos más humanos, más valiosos y más fecundos para el mundo, porque –por nosotros- Dios Santo- sigue obrando, salvando y santificando el mundo y a la Humanidad. Dice el Papa:
“No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo.
La Santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la Gracia…
En la vida existe una sola tristeza: la de no ser santos”
Ahora bien: ¿es camino fácil éste…, sin peligros ni dificultades ni enemigos?… El Papa Francisco se ocupa, muy atinadamente, de ello. Nos advierte de dos peligrosos enemigos en este camino de la Santidad, y más comunes de lo que imaginamos. ¡Es que hay mucha ignorancia, ceguera, necedad y obstinación muchas veces, hasta en los creyentes! Y muchos andan confundidos y desnortados y, lo peor es que: confunden y despistan a otros. Y, muchas veces, hay ¡demasiado pecado de escándalo y vergüenza en la Iglesia! Por eso, Francisco nos habla extensa y profundamente entonces del: GNOSTICISMO ACTUAL y del PELAGIANISMO ACTUAL. Las cosas siempre hay que tenerlas claras, más aún tratándose de cosas de Dios. ¿Verdad?
El GNOSTICISMO ACTUAL está más extendido de lo que creemos, y no sólo dentro de la Fe cristiana y católica, también en un sinnúmero de credos y experiencias religiosas y espirituales. Es una religión descarnada, y propiamente sin Dios. Porque no hay experiencia ni encuentro personal con Él. No hay RELACIÓN con Dios. Sólo elucubración e intelectualización. De todo se buscan explicaciones y respuestas exclusivamente humanas, terrenas, inmanentes, concretas, y racionales. Todo el planteo religioso y espiritual del gnosticismo actual (¡tan en boga!, incluso infectando la Fe cristiana y católica), es meramente racional, de cabeza, intelectual, y tiende a ser “espiritualista” no espiritual. No es que la Fe y la Revelación y las cosas de Dios no puedan ser vistas y enriquecidas –y dialogadas- por la razón. No es eso. Recordemos que de eso se ocupa la Teología y todas sus Ciencias hermanas, colaboradoras y derivadas. Este GNOSTICISMO (que ya existió en los comienzos de la Iglesia, incluso como herejía), HOY plantea una doctrina SIN MISTERIO, pretendiendo dominar la trascendencia de Dios, olvidándose de que DIOS ES DIOS. Pretende controlar y dominar el MISTERIO DE DIOS. Y todo lo referido a lo divino, a lo religioso y a lo espiritual, solamente lo reduce a un conjunto de elucubraciones mentales, intelectuales, deductivas, también psicológicas y de otras dimensiones pura, exclusiva y excluyentemente humanas. Dios desaparece, y todo lo referido a Él y su Obrar también. Es una fe sin Misterio, es decir, propiamente: sin Dios. Una religiosidad, una experiencia (seudo) religiosa y espiritual (espiritualista, más bien, y bastante abstracta), sin misterio, sin trascendencia, sin lo más propio de la Divinidad.
Creo que no os resultará difícil descubrir y deducir porqué esto es un enemigo tan sutil y mortalmente venenoso para el creyente, y para quien acepta la llamada a la Santidad. Una postura gnóstica nos cierra a la Gracia de Dios y nos coloca en una actitud de resistencia y rechazo de la acción del Espíritu Santo, porque nos vuelve racionalistas absolutos de nuestras opciones y caminos de Fe. No ayuda a nuestra humildad, apertura y docilidad para con Dios, para con ese “dejarnos hacer” por Él. Es como si YO soy quien, con mi razonamiento, mi esfuerzo, mi búsqueda, voy haciéndome santo; YO voy respondiendo a Dios; YO voy encontrando respuestas con mi razonamiento… YO YO YO YO… ¡Dios no cuenta! ¡Ni existe, ni participa, no lo dejo! ¡Soy YO quien ME hago santo! Toda mi santidad es fruto de MIS méritos: de lo que YO he buscado, razonado, logrado, superado, resuelto, vencido… ¡YO SOY DIOS! ¡YO he logrado encontrar la Verdad, y todas las respuestas!
El PELAGIANISMO ACTUAL, que hunde sus raíces en el Pelagianismo herético de principios de la Iglesia, se centra en la absolutización de la voluntad humana. Ésta es tan poderosa, que es capaz de lograrlo todo. Ya no es la inteligencia (como en los Gnósticos), la que ocupa el lugar del misterio y de la Gracia y, por consiguiente, de Dios. Ahora se trata de la voluntad. En esta postura hay una evidente y radical negación y olvido de DIOS, y por ello, de Su Misericordia y Gracia. Se plantea una voluntad sin humildad, un mero voluntarismo humano: mi salvación y, por tanto, mi Santidad, dependen de mi esfuerzo sola, exclusiva y excluyentemente. Porque YO lo puedo. Yo soy quien logro mis méritos, yo soy quien –por mi esfuerzo, constancia y voluntad- conquisto, alcanzo mi salvación; son mis méritos los que me santifican. Todo depende sólo de mí, de mi esfuerzo y respuesta. Porque tengo todas las capacidades y posibilidades para lograrlo. Con y por mi voluntad, puedo superarlo todo. En realidad, para el pelagiano, Dios sobra, no es necesario.
Una postura pelagiana, en esto de la Santidad, trae graves consecuencias, en su concepción y en su supuesta vivencia. Además de ignorar y rechazar a Dios, Su Misericordia y Su Gracia, no tiene en cuenta que “no todos pueden todo”; que “la Gracia obra sobre la Naturaleza”, y si ésta está enferma o lastimada, es algo que no debe soslayarse. Por eso, conviene recordar siempre lo de San Agustín: “Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras”… Además, la actitud pelagiana peca de soberbia, porque carece de esa humildad que siempre nos lleva a reconocer que somos vasijas de Misericordia, y por ello reconocemos sinceramente nuestros límites y fragilidades. Sino, le estamos quitando espacio a Dios para obrar, y para crear ese “hueco” que abra nuestro camino de crecimiento.
Este voluntarismo es otro venenoso enemigo contra la Santidad, porque no deja a Dios actuar y transformarnos, y hacernos santos. Va matando en nosotros la necesidad de Su Misericordia, Gratuidad, Iniciativa y Gracia, confiando cada vez menos en ellas y más en nosotros y nuestras fuerzas humanas. Por otra parte, el pelagiano cree que esto de hacerse santo es de una vez y punto, ya que reside solamente en CUMPLIR y PRACTICAR MUY BIEN la RELIGIÓN. De ahí que el Papa advierta, muy seriamente (puntos 57, 58 y 59), de los “nuevos pelagianos”. Yo los traduzco como esos sepulcros blanqueados, como esas formas sin fondo, como esa hipocresía y falsedad y apariencias, como ese no sustrato evangélico de un mero cumplir por cumplir, sin verdadero amor ni encuentro ni vivencia de experiencia personal con Jesucristo, y los hermanos.
Dios no nos hace santos de golpe. Somos personas y, por ende, seres temporales e históricos, sometidos al tiempo y, por ello, a procesos, evolución, maduración y crecimiento. DIOS nos creó así, y así va obrando en, con y por nosotros en ese otro misterio que es el tiempo. La Gracia actúa históricamente y, por eso, nos toma y transforma progresivamente. Y todo ello DIOS lo hace gratuita, misericordiosa, paciente, libre, amorosa, sutil, fiel y constantemente. Por ello:
¡no podemos ser santos prescindiendo de DIOS!
¡es ÉL quién nos hace santos, con su Gracia, y Amor Misericordioso!
Quien vive santamente, va creciendo –por el Obrar Santificador de Dios-, en la Virtud y, sobre todo en aquélla que es el resumen de toda la Ley y las Virtudes:
La CARIDAD = el AMOR
“Al final de los tiempos… ¿qué es lo que queda?, ¿qué es lo que tiene valor en la vida?, ¿qué riquezas son las que NO desaparecen?
Sin duda, dos: el SEÑOR y el PRÓJIMO”.
En mi humilde modo de entender, como síntesis de esta parte, creo que el Papa nos está resumiendo que:
El SANTO es el que vive el amor según DIOS.
Insisto: SEGÚN DIOS.
Porque la palabra AMOR, de tanto usarla, la hemos vaciado, y matado.
Y no todo lo que llamamos amor, es amor.
Mucho de ello, son emociones, sensaciones y vibraciones. Así como vienen, se van. Así como se dan, desaparecen.
El AMOR, lo tenemos –para aprenderlo, contemplarlo y vivirlo- en la Persona de JESÚS… y en miles de SANTOS…
muchos de esos santos… “de la puerta de al lado”…
¡hay que dejarse de frivolidades y tonterías, y ser “serios” en esto del AMOR!
“ORA et LABORA”…
Por eso es que creo que, el Papa abre –en este maravilloso y accesible Documento-, también el portal al tema de cómo vivir santamente, cómo ser santo, concreta y prácticamente. Indudablemente nos habla de JESÚS, y nos recuerda que fue ÉL quien nos enseñó una especie de “carnet de identidad del cristiano”, al regalarnos las:
BIENAVENTURANZAS…
No estamos llamados a ser distinguidos, pero sí a ser distintos. Y ello, porque Dios nos ama, es para que seamos plenamente personas, y FELICES. Ahora bien: ¿de qué FELICIDAD nos habla JESÚS?… Porque, convengamos, que el mundo (sobre todo: ESTE mundo actual), también nos habla (y machaca mucho) con esto de la felicidad: con publicidad, con ofertas, con consumismo, con placer, con viajes, con mucho ruido y fiesta, con entretenimientos, con “pasarla bien”, con “desconectar”, con… con… con… ¡con!… ¡Nos llueven “ofertas” de felicidad para comprar; vivimos en un supermercado de stands de felicidad!… ¿para todos?… Y: ¿en qué consiste esa felicidad tan prometida?… Esa felicidad:
¿está haciendo realmente feliz al Hombre?…
Veamos pues, qué nos ofrece JESÚS para ser felices, BIENAVENTURADOS, y por ello: SANTOS.
Nos ofrece SU Felicidad, es decir: SER y VIVIR como ÉL. Lo cual implica la “CONTRACORRIENTE”. Las BIENAVENTURANZAS, donde Él nos habla bella, profunda y sólidamente, sobre cómo ser y vivir la identidad de cristianos, no son palabras “bonitas” ni pura poesía. Ser cristiano es ¡cosa seria! Por eso, el Papa nos recuerda, muy explícitamente, que las BIENAVENTURANZAS no son algo liviano ni superficial. Yo agregaría que, implican un creciente enamoramiento de JESUCRISTO, en el cual el proceso de conversión debe ser nuestro pan de cada día, para ir siendo más de Él, poniendo nuestra persona toda en Él, porque: “allí donde está tu tesoro, está tu corazón”. El corazón, bíblicamente, siempre fue entendido como la esencia de un ser humano, y esto es vital tenerlo en cuenta, porque en él arraigan nuestras opciones fundamentales, las que nos definen y definen nuestra vida.
En este ser distintos, e ir contracorriente por eso mismo, el Papa también destaca que JESÚS, y yo me atrevo a agregar que las personas santas también, siempre son una MOLESTIA. Lógicamente, la Santidad ¡MOLESTA! Los Santos siempre ¡MOLESTAN! Una persona santa incomoda, cuestiona, desestabiliza, desencaja, moviliza… no porque haga algo malo o raro, al contrario, sino porque desentona como cuestionamiento, por su modo de ser y vivir, a una sociedad muchas veces pagana, atea, mundana, sumida en las corrientes que poco o nada tienen que ver con el Bien, ni con tantos Valores y Virtudes Humanas, Morales y Espirituales. Por ello, los santos son siempre perseguidos, y muy sufridos. COMO JESUCRISTO. “Si a Mí… también a vosotros”… (nunca nos olvidemos de Quién nos hemos enamorado, de a Quién seguimos)…
De ahí que, nada es más contrario o peligroso para la Santidad, que vivir una Fe y vida cristiana muy light, cómoda, “armadita”, fácil, “licuada”, aburguesada, acomodada a mis gustos-opiniones-opciones y prácticas… SIN SUFRIR. Muchos tienen una Fe y vida cristiana seccionadas y seleccionadas subjetivamente, acomodaticia y placenteramente: SIN CRUZ. Y, lo peor, sin el “GRAN PROTOCOLO” y “LLAVE DEL CIELO” del AMOR AL PRÓJIMO, HECHO CONCRETO y PRÁCTICO.
¡SIN ESTOS: IMPOSIBLE SER FELICES y SANTOS!
Una vida espiritual SIN CRUZ y SIN AMOR, es sólo pietismo y espiritualismo.
Pero no nos asustemos. Esta FELICIDAD, esta BIENAVENTURANZA y SANTIDAD, no son imposibles. La prueba está que muchos AMIGOS DE DIOS ya las vivieron, y muchos “de la puerta de al lado” la siguen viviendo. Nunca olvidemos que JESÚS SIEMPRE ESTÁ para venir en nuestro auxilio. Sabe que somos muy frágiles, y que llevamos Su tesoro en nosotros, unos débiles cacharros de barro… Jamás dejemos de ¡gritar! lo que los Padres del Desierto nos enseñaron: “Dios mío, ten misericordia de mí que soy un pecador”, y también el sonoro grito diario y universal de nuestros rezos de apertura de la Liturgia de las Horas: “¡Dios mío, ven en mi auxilio”!…
La Santidad feliz hay que vivirla con solidez interior; con esa ardiente paciencia que soporta las humillaciones cotidianas también (porque nuestro yo es ¡tan grande, seductor y sutil, y cómo y cuánto se nos cuela y se duele, y a veces por nimiedades, o por todo!); con alegría y sentido del humor, porque: “Un santo triste, es un triste santo”; con audacia y fervor, saliendo de la mediocridad, tibieza y abulia. No debemos ser cómodos ni perder el entusiasmo ni el celo apostólico. ¡No tengamos miedo! Como decía el Papa San Juan Pablo II: “No temas, los demás son sólo Hombres”.
La Santidad feliz hay que vivirla en los detalles. El santo tiene en cuenta las pequeñas cosas, por eso ama la cotidianidad, no gusta de la estridencia ni del ruido. El santo es el que vive y hace extraordinario lo ordinario. Porque todo eso lo vive con y por AMOR.
La Santidad feliz DIOS la va puliendo y acrecentando en el silencio, la soledad, la oración, la vida en comunidad, el vivir en presencia de Dios constante, en su Palabra, en la Eucaristía, en la adoración… porque la Santidad de Dios va nutriendo y fortaleciendo nuestro ser, para luego vivirlo y comunicarlo en los hechos de nuestro acontecer diario, ese…:
¡deseo de Dios!
el santo es el que ¡desea a Dios!
Para ello: “Velad y Orad”… porque –como nos recuerda bien el Santo Padre- el DIABLO sí existe. Y yo me atrevo a agregar que es el mayor enemigo de los santos, y el más interesado en –como dice San Pedro en su Carta-: “anda como león rugiente buscando a quien devorar”. El Papa Bergoglio es realista y contundente: “Algo más que un mito”, titula cuando se refiere al demonio. Incluso precisa la traducción más exacta de la petición que hacemos cuando rezamos el Padrenuestro, cuando decimos: “líbranos del MAL”. Afirma que la traducción literal correcta es: “MALO”, indicándose así un ser personal que nos acosa, no al mal en abstracto. No tenemos que asustarnos (Dios puede más, y Cristo ha resucitado), pero tenemos que estar despiertos:
“no pensemos que es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea. Ese engaño nos lleva a bajar los brazos, a descuidarnos y a quedar más expuestos. Él no necesita poseernos. Nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios. Y así, mientras nosotros bajamos la guardia, él aprovecha para destruir nuestra vida, nuestras familias y nuestras comunidades”. (161).
Sinceramente, pocas veces hemos leído –de una forma tan clara, explícita y catequética-, a un Papa definiendo y explicando esto. Y lo enriquece más aún, cuando se refiere al combate y vigilancia. Da muestras de su acendrada condición de Jesuita, ya que nos habla del DISCERNIMIENTO y del EXAMEN DE CONCIENCIA. Ellos son esenciales en este peregrinaje de la Santidad, porque nos permiten ESCUCHAR AL SEÑOR y a la IGLESIA, y OBEDECER fielmente. Porque, como dice el Santo Padre, no estamos librados de una realidad que existe, y lamentablemente demasiado, y que es un pecado grave: la CORRUPCIÓN ESPIRITUAL. Un VENENO de la Santidad.
Por eso, queridos lectores, para ir terminando mi pesada perorata, tomemos muy en serio esto de ser santos. Pero también tomémoslo como posible. No nos alarmemos. DIOS nos ha creado para ello; DIOS nos ha llamado a ello… y DIOS siempre está… nunca dejará de auxiliarnos en este peregrinaje de Gloria, Palma y Corona que es la SANTIDAD… Ser y vivir en y con otra “clave”, otra “lógica”; ser con otro modo de SER… ¡es posible, porque DIOS lo puede hacer posible!… y ¡muchos AMIGOS DE DIOS SANTOS ya lo han vivido como posible!… ¡al igual que muchos “santos de la puerta de al lado”!…
Hasta la próxima, amigos (seguramente, muchos “santos de la puerta de al lado”).